Dos días de caza mayor, por Ignacio Sánchez Cámara
Estamos ante la más grave crisis nacional vivida por la actual democracia española.
Ortega y Gasset fue un pensador inusual. Donde menos se piensa, salta en él la teoría. No es fácil adivinar que en un prólogo a un libro de caza publicado por un amigo exponga algunas de sus ideas más notables sobre la vida humana y la felicidad. Y que también escriba algunas de sus páginas más bellamente escritas. Se trata del prólogo a Veinte años de caza mayor del conde de Yebes. En él analiza los momentos de felicidad que hombres de toda época y condición han encontrado en la caza, algo así como unas breves vacaciones de humanidad. Por eso la caza siempre, más o menos, ha constituido un privilegio. Y aquí tropezamos con la triste actualidad venatoria. España empieza a ser un coto. A un juez que fue número dos de la candidatura de un partido nunca se le debería haber permitido regresar a la Magistratura; al menos, durante un plazo no breve. En la mayoría de las democracias clásicas no se permite. Pero su coincidencia con el ministro de Justicia en una cacería (además, en una cacería) en vísperas de un proceso de corrupción contra cargos del principal partido de la oposición y en días preelectorales entraña, además de una inmoralidad, un incumplimiento de sus deberes profesionales. Queda bajo sospecha y no puede ser considerado imparcial. Está claro que el ministro debe ser cesado, ya que parece incapaz de dimitir, y el magistrado, recusado, ya que no parece capaz de inhibirse. Hoy hay convocada una huelga de jueces y magistrados. No comparto la convocatoria de una huelga de titulares de un poder del Estado, pero creo que no la puede tener más merecida el ministro de Justicia (valga la exageración).
Hoy, la doble cacería bermejiana (me refiero a los dos días de caza, no a la cacería contra la oposición) constituye algo así como el síntoma de una España que institucionalmente se degrada día a día, se descompone. La crisis económica se añade a la moral y la institucional. En suma, estamos ante la más grave crisis nacional vivida por la actual democracia española. La cacería podría ser sólo un síntoma del síndrome de la segunda legislatura, pero me temo que lo es de mucho más y de algo más profundo y grave. El actual Ejecutivo, uno de los peores posibles para una de las situaciones más difíciles posible, ha interpretado lo que era un cambio de gobierno en un cambio de régimen, en el que la oposición es un estorbo, algo que hay que desactivar y perseguir, una especie de quinta rueda del carro político, una incomodidad institucional. Cuando un Gobierno utiliza parte de los poderes del Estado para perseguir a la oposición, en lugar de ser la oposición la que fustigue y persiga al Gobierno, estamos en el camino seguro que conduce a la pérdida de la democracia. Por eso, no es exagerado afirmar (y aquí hay que incluir también a los corruptos, acaso consentidos, de todos los partidos) que nos encontramos ante una grave crisis de legitimidad del sistema. Y no parece que el Gobierno esté dispuesto a reconocerlo, ni, quizá, tampoco la oposición. Las alarmas han sonado y deberían llegar a las más altas magistraturas del Estado. No existen remedios indoloros para la crisis económica que padecemos (al parecer, no todos), pero no hay mal que por bien no venga y no estoy seguro de que lo sea, tal vez ella sirva de aldabonazo material de las conciencias adormecidas. El ministro contempla la huelga de hoy con las reservas felicitarias de dos días de caza mayor.